Esa noche habíamos salido por Neustadt para celebrar la visita de Eneko y Yasir. En esta ocasión nos aventuramos más allá de Görlitzer Straße y cerramos la noche en Atelier Schwarz. Este es el único bar de Dresden donde ponen música latina, incluido el reguetón del que tanto renegamos años atrás y que tanto añoramos cuando nos sacan de casa. Mis amigos, que también vivían en el exilio científico, lo celebraron perreando como gañanes toda la noche.
Yasir y Eneko son como la noche y el día. Yasir es alto, moreno y andaluz, mientras que Eneko es bajito, tiene ricitos rubios y es vasco. Para compensar tanto contraste yo soy de mediana altura y madrileño. Nos conocimos hace tiempo, junto a la demás gente del Máster con la que formamos una pequeña familia. Los tres tratamos de vernos al menos una vez al año. Cuando nos juntamos siempre nos acordamos de todos los demás y cuando nos separamos nos extrañamos más de lo que admitiríamos.
Adrián, de México, vino a Dresden a hacer su proyecto de Máster bajo mi supervisión. Pero la relación estudiante-alumno nos duró muy poco y en seguida nos hicimos amigos. Si mi vida se dividiese en temporadas como las series de televisión, y cada temporada introdujese un nuevo personaje principal a la trama, ésta habría sido la temporada de Adrián. Como en la tele, ciertos personajes vienen y van, pero Adrián probablemente se quedará hasta que cancelen la serie. Como buen latino tiene el ritmo en las venas, y ya se encontraba en Atelier cuando llegamos. Si nos quedaba cualquier traza de formalismo de nuestra relación profesional, era aquí donde se perdía. Yasir, Eneko y Adrián en seguida congeniaron. Porque las personas especiales encajan, como piezas de un puzzle. Más cerca de la madrugada que de la medianoche volvimos a casa. Eneko probó suerte acompañando a una amiga mía, mientras que Yasir y yo regresamos a mi piso. Adrián se quedó en Atelier, que a efectos prácticos era su segundo domicilio. Dos minutos después de entrar por la puerta de mi edificio Eneko llamó al timbre. Unas veces se gana, y otras veces se pierde. Pero si hay algo que se puede decir de Eneko es que siempre, todo, lo intenta.
Como verdaderos inconscientes, nos levantamos temprano y bastante resacosos (con la cruda, que diría Adrián) para comenzar nuestra excursión por la Suiza Sajona. La Suiza Sajona es el parque natural que abraza al río Elba al este de Dresden, alcanzando la frontera con la República Checa. El parque es una meca para los escaladores, que compiten coronando sus numerosas montañas de arenisca. Éstas forman en ocasiones pequeños cañones a ambas orillas del río, regalando paisajes de postal a sólo media hora de Dresden. Fieles a nuestra tradición de fotografiarnos en parajes idílicos como Dios nos trajo al mundo, ese día habíamos planeado una ruta de senderismo por la zona de Königstein, una pequeña villa a orillas del Elba guardada por un castillo. Adrián decidió acompañarnos aunque se negó rotundamente a hacerse ninguna foto desnudo, con la excusa de que es algo por lo que tendríamos que pagar. Al contrario que nosotros, él no tenía resaca. Nunca la tiene. Ese es su superpoder. Ese, y observar el mundo con los ojos de un niño.
Echamos a andar y dejamos Königstein atrás, atravesando un pequeño bosque. Divisamos a lo lejos un montículo de piedra que se levantaba, solitario, en mitad de la explanada. Era la montaña de Pfaffenstein. Decidimos que la foto en bolas desde ahí arriba debía ser estupenda. Sería, en cambio, la subida lo que recodaríamos.
Al cabo de un rato alcanzamos la ladera del montículo. Unas amables escaleras nos señalaban la ruta de ascensión, pero no habíamos llegado hasta allí para usar las escaleras, así que comenzamos a rodear la pared de piedra. Al poco, encontramos una rotura en la roca. Era como si dos edificios de cinco plantas flanqueasen un callejón de no más de cinco metros de ancho. En medio, multitud de rocas desprendidas parecían esconder un camino sinuoso a la cima. Esto sí que sí, pensamos. Más tarde descubriríamos que esta era una ruta de escalada, no de senderismo. Esta información llegó definitivamente tarde.
El más decidido, como casi siempre, era Yasir, que antes de que pudiéramos pensárnoslo dos veces empezó a atravesar los primeros segmentos. Al principio parecía fácil y los demás le seguimos bastante animados . Más adelante la cosa empezó a complicarse. Que si este paso es estrecho, que si nos cabemos, que si no quiero ir detrás de Eneko porque nos olíamos (literalmente) que era intolerante a algo que habíamos desayunado… Al final llegamos a un punto en el que miramos hacia abajo y concluimos que era más complicado volver que seguir subiendo. Aquí la sonrisa que siempre acompañaba a Adrián desapareció sin dejar rastro; Eneko ya no se tiraba pedos y a mi se me fue la resaca. Puede que Yasir también estuviese asustado. Pero si hay algo que se puede decir de Yasir es que es cabezón y decidido hasta decir basta, y nunca muestra signos de debilidad.
Quizás alentados por él, quizás porque no teníamos más remedio, continuamos subiendo con pies y manos. Después de algún resbalón que hizo que se nos helase a sangre, llegamos al último paso. Era demasiado alto para todos menos para Yasir, que apoyándose en uno de nosotros logró alcanzar la cima con algún traspiés. Eneko lo observaba todo con la boca abierta. Una vez arriba, Yasir nos extendió una rama larga que había en el suelo. Cuando Adrián la estaba usando para subir, la rama crujió con un sonido sorprendentemente profundo, abandonando a mi amigo que casi se desliza al vacío con su mitad de la rama firmemente agarrada en la mano, nadie sabe exactamente por qué. Esta vez los esfínteres se nos relajaron a todos, e incluso Yasir emitió esa risita nerviosa que camina entre el alivio y el pánico. Al final, con Yasir agarrado a un saliente y ofreciéndonos los pies logramos formar una cadena que nos alzó a todos a la seguridad de la cima. Eneko, que seguía con la boca abierta, sacó la cámara sin mediar palabra. No hacían falta más señales para entender que este era el momento de la foto.
Fue aquí cuando, para nuestra sorpresa, el hasta ese momento reticente Adrián lo mandó todo a la verga y se desnudó el primero, dando gracias a los dioses mexicas por haberle concedido una segunda oportunidad en esta vida. Eneko emitió sus primeras palabras en un rato largo y lo rebautizó. Había nacido el príncipe azteca.