Everyday is alone in itself (H.M.)
¿Dónde guardamos los recuerdos? Los míos, en ningún lado. Tengo una memoria horrible. Pero esa es otra historia.
Las primeras aproximaciones al origen y naturaleza de la memoria surgieron desde la psicología experimental (valga el oxímoron; y valga la broma). Así, psicólogos de principios del siglo XIX como Karls Lashley realizaron numerosos ensayos de lesión en busca de la traza de la memoria, el compartimento físico donde se guardaba. La idea era sencilla. Si los recuerdos residen en alguna zona cerebral concreta, lesiones en distintas partes del cerebro deberían dañarlos, tal vez olvidarlos. Puede sonar un poco cruel probar esto en ratas de laboratorio. Como atenuante, cabe recordar que el cerebro no duele, en absoluto. Es en efecto donde el dolor se hace consciente, pero el cerebro en sí no duele. Aunque esa es también otra historia. El caso es que las ratas se tomaron su venganza particular. Después de que Lashley probara a lesionar varios rincones del cerebro sin resultados positivos (las ratas seguían recordando), sentenció: “a veces pienso que, revisando la evidencia en cuanto a la localización de la traza de memoria, la conclusión necesaria es que el aprendizaje sencillamente no es posible”. Pobre Karl.
Hoy sabemos que los recuerdos no se encuentran en un lugar concreto, si no que las neuronas que los codifican están segregadas en distintas áreas cerebrales y recordar requiere en muchas ocasiones de la activación simultánea de varias de esas áreas. Sin embargo, la experiencia nos demostró que sí existe una estructura cerebral que es, de alguna forma, instrumental para la creación de recuerdos: el hipocampo.
El bueno de Henry Molaison
En 1953, Henry Molaison (a menudo referenciado en la literatura científica como H.M.) se convirtió involuntariamente en uno de pacientes más célebres de la neurociencia cognitiva. Aquejado de unos ataques epilépticos que lo traían por la senda de la amargura, acudió a un neurocirujano que le eliminó el foco del tejido epiléptico localizado en sus lóbulos temporales. Con la lobotomía, el cirujano se llevó también sus hipocampos, una estructura cerebral cuya forma puede recordar al caballito de mar, de ahí su nombre (del griego, hippocampus). La buena notica para Henry fue que sus ataques epilépticos cesaron. La mala, que nunca lo recordaría.
Pobre Henry. Si, la historia de la ciencia está llena de gente desgraciada. Pero de todo ello aprendemos.
La evaluación de Henry y numerosos casos de amnesia parecidos demostraron que el hipocampo es una estructura crucial para crear nuevos recuerdos. Tanto es así que nuestro paciente favorito todavía podía recordar eventos de su juventud, e incluso de días antes de su operación. Sin embargo, todo acontecimiento posterior era olvidado en cuestión de minutos. Un poco a lo Dory en “Buscando a Nemo”. Para sorpresa de los científicos, la amnesia de Henry era muy específica: se limitaba a los recuerdos autobiográficos, esto es, de eventos o episodios de su vida, el tipo de recuerdo que podemos narrar como si fuera un relato. Si bien esta amnesia era muy pronunciada, su capacidad para adquirir recuerdos motores como aprender a dibujar unos trazos específicos o tocar un instrumento permaneció intacta. Esto demostró algo muy importante que siempre nos había sido familiar y que San Agustín había conjeturado varios siglos antes: la existencia de memorias de distinta naturaleza.
Sistemas de memoria en el cerebro
¿Nunca te preguntaste por qué Jason Bourne no puede recordar su nombre pero aun así puede conducir un coche o manejar veinte tipos de armas distintas? Esto ocurre porque existen recuerdos motores, recuerdos emocionales, recuerdos de cosas que nos pasaron, recuerdos de conceptos, etc, y cada uno de ellos reside en áreas del cerebro distintas.
Los científicos dividimos las memorias en dos grandes grupos. Por un lado, aquellas que podemos expresar con palabras, como qué hice ayer (fui a un concierto) o significados semánticos (un concierto es un evento con música). Por el otro, aquellas que no pueden ser verbalizadas a modo de relato, como por ejemplo habilidades motoras (aprender a nadar) o incluso sentimientos. El primer grupo, a cargo del sistema consciente o explícito de la memoria, es evolutivamente más reciente y precisa del funcionamiento del hipocampo. Es el que le fue amputado al bueno de Henry, impidiéndole crear recuerdos nuevos o relatos de su vida posteriores a la operación. El segundo sistema, inconsciente e implícito, reside en zonas más antiguas del cerebro como el estriado, el cerebelo o la amígdala, para las memorias motoras y emocionales. Estas son las memorias que quedaron intactas en Henry.
Dichos sistemas funcionan remodelando sus circuitos y moldeando sus conexiones en base a nuestras experiencias. La memoria se define, por tanto, como los cambios físicos en la estructura de esos sistemas.
Ahora, estos sistemas no son independientes, si no que interactúan continuamente. Un suceso aprendido puede tener partes autobiográficas, emocionales, motoras… Recuerdo cuando enseñamos a mi amigo Edu a montar en bici. La experiencia fue unitaria en sí misma, esto eso, todos los cambios ocurridos en su cerebro durante el proceso podrían recapitular el evento completo. Ahora, dentro de todos esos cambios que ocurrieron podríamos encontrar un componente autobiográfico (lo que generalmente llamamos «recuerdo»: mis amigos me subieron a una bici, hacía frío, era por la tarde) localizado en el hipocampo, o un componente relacionado con la memoria motora (que por definición no puedo describir, pero que sería algo así como recordar la fuerza muscular y balance postural necesario para no pegarte un leñazo), en el estriado y el cerebelo. Por último, también podríamos encontrar cambios en la amígdala relacionados con el componente emocional del suceso (primero el miedo de subir a la bici, que dio paso a la alegría de estar pedaleando y acto seguido al terror al comprobar que, pobrecito mío, no llevaba ruedines).
Así, los eventos de nuestra vida activan y moldean distintas zonas del cerebro, cambiándolo para siempre, haciendo a cada persona única y regalándonos individualidad. El cerebro es la suma de nuestras memorias, y nuestra personalidad el resultado de nuestras experiencias. La obra última que nuestros recuerdos han ayudado a dibujar. Aquí es donde la cosa se pone verdaderamente interesante. Pero esa es, de nuevo, otra historia.